sábado, 30 de abril de 2016

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO: La presencia de la Palabra. Cuando Dios quiere habitar entre nosotros.

PINCHA Y ESCUCHAEn esta parte del discurso de despedida de Jesús, son 3 las palabras claves que iluminan lo que sigue: Amor-Palabra-Hogar. El que ama permanece fiel a la Palabra y Jesús y el Padre hacen morada en él. Con toda claridad Jesús nos muestra su pasión por habitar entre nosotros. Lo divino y lo humano se unen en él y no podemos forzar este deseo buscando separar lo sagrado o lo puro de lo cotidiano. “La santidad no es cuestión de pureza sino de misericordia” (J.A. Pagola). Cuando la Palabra habita entre nosotros, se une al grito del que sufre y a la voz del hermano abandonado.

Quien busca morada, quien busca refugio porque está obligado a salir de su patria para sobrevivir, entiende muy bien estas palabras. Se ama abriendo las puertas, compartiendo pan y palabra. Lo más triste es tener la casa llena y a la vez vacía. Pensar que sabemos acoger pero que nadie se acerca. A puerta cerrada no entra la esperanza ni salen nuestros anhelos. Jesús, el del pesebre y la cruz, quiere habitar entre nosotros y obrar con nosotros en la construcción del Reino. Nos advierte que debemos poner en práctica sus palabras. No se trata de cumplir una ley, sino de escuchar a alguien, sentir esa voz y vivir en su presencia. Por eso, ¿Qué palabras tenemos necesidad de escuchar y de decir, en este momento de nuestra vida?

Queremos escuchar a Jesús para que nos traiga ese aire fresco capaz de abrir cada rincón de nuestra historia. Espacios que necesitan ser visitados por él, pues conoce muy bien cada uno de ellos. La presencia de la Palabra es ese profundo deseo de Dios de habitar entre nosotros e invitarnos a hacer de nuestras vidas reflejo del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Es el maestro quien anuncia la llegada del Espíritu, Aquel que nos recordará todo lo que ha dicho y nos regalará el don de la paz. Re-cordar es “pasar por el corazón” las experiencias que dejan huellas en él. Por eso, que “no se inquieten nuestros corazones” sino todo lo contrario: que vivan abiertos a la posibilidad de amar. La paz, “que no es como la de este mundo”, vendrá acompañada de cada abrazo, de cada sonrisa y destino compartido. Vivamos para que este mundo no hipoteque la paz, no disfrace el amor y no haga más lejano el horizonte de la fraternidad. Jesús nos dice estas cosas antes de que sucedan, “para que cuando sucedan creamos”. Creer en la paz y en la acogida no son una obligación, sino la consecuencia de haber escuchado y mantenido firme la esperanza por nuestra casa común. Así lo recuerda el salmo: “La Palabra del Señor es sincera, fiel en todas sus acciones” (Sal 33, 4).

El Evangelista Juan escribe a una comunidad de cristianos que están siendo perseguidos. Para aquellos lo mejor era vivir encerrados, con miedo, perdiendo poco a poco la fe. En nuestros días, lo triste es no tener presentes a esos miles de cristianos y cristianas que están siendo perseguidos por hacer presente una Palabra que salva. Que nuestra oración y solidaridad no cesen, como no cesa la presencia de Jesús en medio de ellos.

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